
La ciudad de Buenos Aires tiene un historial electoral diverso, con la particularidad que en los últimos años no sólo vota a gobiernos de derecha sino que, muchas veces, esos gobernantes se exportan a todo el país. Del otro lado, se esgrime una explicación con fuerte inclinación a la excusa, bajo el argumento que “el votante porteño es gorila”. Es una sentencia sin posibilidad de debate, porque un distrito pequeño donde sólo se discute lo nacional o se nacionaliza lo local suele ser considerado un terreno “hostil”.
Ante este análisis se observan pocas acciones. La más utilizada suele ser el diseño de campañas que copian las del PRO, incluyendo cierto perfil de los candidatos, con el objetivo de perder por poco. Otra que nadie dice en “on” pero que queda flotando, es que los peronistas deben mudarse a la provincia de Buenos Aires. Y hay una tercera, que bordea los límites de la ética y pertenencia peronista, que plantea que “si no puedes con ellos, únete y negocia todo”.
La ciudad de Buenos Aires se autogobierna desde hace relativamente poco tiempo. Por lo general, los gobiernos enfocan su gestión en la promoción de la infraestructura municipal como las veredas, plazas y calles. Pero, ¿es realmente un municipio que satisface las necesidades de los vecinos? ¿Los porteños se creen “ciudadanos del mundo” que viven en una ciudad cosmopolita?
Los porteños no viven preocupados por el mundo y sus modas. En los cafés, paradas de colectivos y filas de verdulerías no debaten si el desfile de París de este año presentó novedades importantes o cómo resolver el problema ambiental global.
Los porteños se caracterizan por su predisposición a quejarse ante la inoperancia, y su preocupación por el transporte público, los precios exorbitados de los comercios de cercanía sin control municipal, los problemas de vacantes en las escuelas, la privatización de la escasa costa que queda del río y la invasión de torres y emprendimientos que apuntan a una gentrificación para pingües negocios. A la lista se puede sumar el tema de la inseguridad y la falta de acceso a políticas sociales, que vengan a cumplir con el mandato que tiene el Estado de asegurar el derecho a la alimentación, la vivienda y la educación.
Este círculo vicioso de maquinaria electoral y desidia para propuestas concretas de disputa del sentido de la oposición, lleva varios años. Tantos, que la suma del poder político del gobierno empieza a descuidar su conexión con el electorado, construyendo un gobierno híper-centralizado que maneja la gestión sólo para generar insumos de campañas personales que apuntan a proyecciones nacionales.
A partir de este análisis, se observa que los barrios son invadidos por la constante transformación de los negocios inmobiliarios y de mobiliario urbano, la policía toma ribetes escandalosamente represivos, la educación es comandada por funcionarios que no pierden oportunidad de provocar con slogans de sentido común neo fascistas y la salud reprograma sus planes de reducción y liberación de terrenos aptos para emprendimientos, al hacer agua frente a la pandemia.

En este contexto, es urgente profundizar una agenda que represente a los vecinos de la Ciudad, revalorizando ese sentido de pertenencia a lo público que se suele relacionar con el barrio.
Si bien cada porteño define al barrio de manera diferente, todos coinciden en hablar de espacio público. Es tan clara la pertenencia socio-afectiva que cada identidad tiene sus clubes, sus comercios históricos de gastronomía y sus amados vecinos ilustres.
Los barrios aún resisten el avasallamiento centralista del marketing y los negocios, un proceso que ya lleva muchos años. El primer paso fue desvirtuar la democracia directa que proclamó su Constitución fundante con la creación de Comunas, esas entelequias territoriales a las que nadie toma como propias. En ellas hubo un vacío de participación para crear canales on line, que suelen ser tan cuestionables como las encuestas de Twitter donde nadie sabe cuántos, cómo y quiénes presentan los “proyectos”. Una de las denuncias más escuchadas es que están destruyendo las economías locales de los barrios populares a fuerza de subvenciones a grandes empresas.
El territorialismo de CABA está esperando para tomar la senda de la disputa política, sólo falta coraje del campo popular para superar los prejuicios sobre la ideología general del votante. Los gobiernos de la derecha que hacen hincapié en una lógica localista, y venden la gestión municipal, ya mostraron que su verdadera intención es centralizar, invadir y desterrar la cultura barrial, para imponer el paradigma de supuestos “ciudadanos del mundo” con necesidades permanentes de amenities estatales tercerizados a los amigos del poder, que sólo pueden ser pagados por cierta clase social. Piensan en un gran country, el espejo donde siempre se vieron reflejados por su propia pertenencia.
Si se pierde la oportunidad de disputa del sentido frente a una idea agotada que muestra fisuras, esta bandera podría ser pisoteada por quienes encausaran el malestar con gritos, insultos y euforia desmadrada a manos de advenedizos ideológicos de la no política, el anti-derecho y el desprecio por las mayorías populares que se autoperciben como rebeldes.
*Productor de televisión, vecino de La Paternal.

